Pensando en palabras a veces me da por pensar en la no-palabra. En esos momentos en los que nos quedamos mudos, en los que no encontramos palabras. En los recientes Juegos Olímpicos celebrados en Londres, la entrevistadora de RTVE preguntó a una de nuestras ganadoras: «¿Qué sientes ante esta victoria?». La atleta enmudeció un momento, volvió la vista hacia arriba como buscando inspiración en el cielo y respondió un poco azorada: «No tengo palabras para expresarlo».

No tengo palabras es quizás la expresión más emocionada para describir algo. Hay momentos en los que nos quedamos sin un triste adjetivo que llevarnos a la boca: ante la belleza de una obra de arte, ante un atardecer, ante la felicidad inmensa de los primeros pasos de un hijo. Qué adjetivo encontrar, qué palabra albergaría la inmensidad de la belleza, qué expresión para describir la alegría desbocada…

Estoy segura de que hay palabras para expresar lo que sentimos, lo que vemos, lo que pensamos… no hay más que leer a Proust y a otros muchos de los grandes escritores para comprobarlo, pero serían muchas, una retahíla de palabras y a veces, así a bote pronto, nos cuesta encontrarlas.