En 1847 Andrés Bello publicó una Gramática de la Lengua Castellana destinada a unificar el uso americano del castellano. La preocupación de Andrés Bello, como él mismo dice en el prólogo, es que en el continente existían «una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros, embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirán en América lo que en Europa en el tenebroso periodo de la corrupción del latín».

Andrés Bello no fue el único ni el primero en tener esta idea, unos años antes el argentino Antonio J. Valdés había planteado la misma cuestión y también había resuelto escribir una gramática que publicó en 1818 con la idea de implantar «el puro lenguaje de Castilla».

No andaba descaminado ninguno de los dos, si nos atenemos a por dónde podían haber ido los tiros de acuerdo con el lenguaje de estas coplillas anónimas que describen el diálogo entre un español trasplantado a América y un indígena que chapurreaba castellano. Dice el primero:

Venga uté a tomai seivesa,
Y búquese un compañero,
Que hoy se me sobra ei dinero,
En medio de la grandesa,
Dio, mirando mi pobresa,
Me ha dado una lotería,
Y aquí está mi papeleta,
Que no he cobrao entuavía.

Así se expresa el que mejor habla castellano de los dos, y aun debemos tener en cuenta que a la hora de escribir siempre procuramos pulir nuestro lenguaje. Su colega le contesta lo siguiente:

A! Si oté no lo cubrá,
Si oté toavía no fue,
Pa que buca qué bebé?
Con qué oté lo va pagá?

Queda meridianamente claro que en dos o tres generaciones el criollo, el nativo y los nativos de otros países estarían hablando idiomas tan diferentes como lo son hoy el castellano y el portugués o el francés. ¡Bienvenido Mr. Bello!