Hay una corriente social y política que considera la lengua como uno de los elementos naturales donde se funda la teología de la nación. El nacionalismo lingüístico estima que la base de la unión de una determinada comunidad es la lengua común que habla. Este discurso político aúna lengua y pueblo, o si se prefiere, lengua y nación, argumentando que la comunidad que habla una determinada lengua merece constituirse en nación.

Frente a la realidad artificial que sería el Estado, las naciones aparecen como «agrupaciones casi naturales» caracterizadas por su unanimidad lingüística, lo que contribuye a consolidar los vínculos solidarios del territorio. El ideal de esta teoría política (que no lingüística) sería una comunidad homogénea, cuyo territorio político coincidiera con el lingüístico, que estuviera libre de contagios exteriores y entre cuyos valores nacionales la lengua fuera un valor fundamental, una riqueza excepcional e incomparable.

Las lenguas, permeables a veces, refractarias otras, suelen tener su propio término para diferenciar a los propios de los extraños. En euskera la palabra euskaldun significa literalmente el que habla euskera, de donde se deduce que el que no lo hable no puede ser considerado, en rigor, vasco aunque legal y jurídicamente sea ciudadano vasco. Otro ejemplo nos lo proporcionan los griegos, ellos llamaban bárbaros a todos los extranjeros, pero la palabra sólo significaba tartamudo y hacía referencia a la incapacidad de los extraños para expresarse en griego.

La realidad, siempre cruel e insensible, nos dice que hay muchos estados que comparten lengua, 73 países hablan inglés, y otros en los que en un solo territorio se hablan varios idiomas. Pero escuchemos a Renan en una conferencia pronunciada en 1882:

«La lengua invita a la unión, pero no fuerza a ella. Estados Unidos e Inglaterra, la América española y España, hablan la misma lengua y no forman una sola nación. Por el contrario, Suiza, tan bien construida, puesto que ha sido hecha por el asentimiento de sus diferentes partes, cuenta con tres o cuatro lenguas. Hay en el hombre algo superior a la lengua: es la voluntad.»

Ernest Renan: ¿Qué es una nación?, Alianza, 1987