Como probablemente los lectores de este blog ya sabrán, vivo en San Sebastián, una ciudad bilingüe en la que conviven (que no malviven) el euskera y el castellano. Esta situación además de bilingüismo se suele conocer también como de «lenguas en contacto» y es perfecta para que los hablantes tanto de una lengua sólo, como de las dos se expresen saltando de un idioma a otro.

Teniendo en cuenta que el léxico está mucho menos rígidamente estructurado que la fonética o la morfología, se convierte en el campo más propicio para los préstamos, tanto es así que muchas de las personas unilingües ni siquiera los reconocen como tales, sino que los toman por palabras de su propia lengua.

Como ya señaló el gran Mitxelena: «los vocabularios de lenguas que conviven en zonas próximas, cualquiera que sea su filiación genealógica, tienen mucho más de vasos comunicantes que de compartimentos estancos.»*

En Gipuzkoa al tobogán se le llama txirristra, incluso entre las personas que no saben euskera, ¿por qué? Porque siempre han oído que ese objeto que sirve para que los niños se deslicen después de encaramarse por unas escalerillas es una txirristra. De hecho, yo supe que en castellano se decía tobogán en Jaca porque no me entendían cuando yo preguntaba si me podía subir a la txirristra. 

A veces la palabra tiene tan larga vida en castellano que se integra gramaticalmente y se convierte en verbo con su correspondiente terminación de infinitivo castellano, como por ejemplo el euskera zirikatu del que tenemos el ‘castellano’ zirikar, que significa algo así como ‘chinchar’. Y es que la creatividad de los hablantes no tiene más límite cuando hablan (escribir es otra historia) que el de ser entendidos.

* Mitxelena, Luis: Sobre el pasado de la lengua vasca, San Sebastián, 1964