¿Por qué decimos conmigo y no con mi que sería lo lógico después de decir con nosotros?

Veamos el camino recorrido por este término. Conmigo, (así como contigo y consigo) está formado de tres partes: la preposición con (del latín cum), el pronombre personal  (o ti o ) y una especie de pegote (go) que los hablantes no sabían de dónde salía.

En latín la preposición cum antecedía, como todas por otra parte, a un elemento lingüístico cuya función introducía, por ejemplo, cum amicis ‘con los amigos’. Ahora bien, cuando este término era un pronombre personal de primera y segunda persona (me, te, nobis, vobis) o el de tercera reflexivo (se) a diferencia de todas las demás preposiciones, se posponía y formaba con ellos un mismo cuerpo lingüístico, una sola palabra: no se decía *cum me, o *cum te, sino mecum, tecum, secum, nobiscum y, el que más nos sonará, vobiscum (de dominus vobiscum).

Como tales palabras con un solo cuerpo, evolucionaron del latín al romance castellano, de forma que así como amicum se transforma en amigo, mecum, tecum y secum pasaron, respectivamente, a mego, tego y sego primero y después por analogía con , ti y , a migo, tigo y sigo. Consumado este proceso, la posposición del elemento y, sobre todo, sus cambios fonéticos disfrazaron de tal modo la preposición con, que los hablantes no la reconocían en -go. En consecuencia, antepusieron a migo, tigo y sigo un con redundante pero invisible que triunfó y ha perdurado hasta nuestros días.

De manera que cuando decimos conmigo es como si dijéramos con mí con. Y es que «Ils sont fous, ces espagnols».