Escribe George Steiner que los hombres (y las mujeres, añado yo) son iguales en toda la Tierra, que todos respiran el mismo elemento químico y fallecen si carecen de él. Todos tienen el mismo número de dientes y de vértebras. Estos seres humanos tienen seis tipos de sangre y pertenecen a cuatro o siete razas (según la clasificación que se utilice). ¿No seria lógico que hablaran un numero ínfimo de lenguas, quizás media docena?

Los pájaros de la misma especie hablan el mismo lenguaje en todas las latitudes. Otro tanto ocurre con los perros, las abejas o los gatos. Solo los humanos hemos sido capaces de llegar a hablar más de 15.000 lenguas diferentes.*

¿Por qué se produce esta situación? Una lengua se divide con la dispersión del grupo humano que la habla; el latín se convirtió en el francés, el italiano, el rumano, el castellano, el catalán, el portugués… pero a partir de un momento dado esta tendencia a la dispersión y a la multiplicación de lenguas se invirtió y muchas fueron progresivamente desapareciendo. De las 15.000 que se hablaban en el siglo XVI hasta las aproximadamente 6.000 que se hablan en nuestros días.

Como todo, este proceso tiene una parte buena y una mala: al reducirse el número de lenguas la comunicación entre los grupos humanos es teóricamente más fácil, pero con cada lengua que desaparece se pierde una cultura, la expresión de una sociedad y toda una mirada sobre el universo.

* Daniel Nettle y Suzanne Romaine, Vanishing Voices. The Extinction of the World’s Languages, Oxford University Press, 2000