Vaya por delante que a mí no me gusta el fútbol, y que es habitual que despotrique contra las cifras astronómicas que se pagan a los jugadores, contra los hinchas desaforados y toda la parafernalia en general que rodea al llamado deporte rey. Pero he aquí que voy a tener que desdecirme de todo, reconocer que estaba, no ya equivocada, sino equivocadísima, y que donde dije digo, digo Diego.

¿Que por qué? Pues porque resulta que una de las razones para la expansión de la enseñanza del español en el mundo, es el fútbol. Sí, el fútbol, han leído bien. Y es que vivimos una época dorada en la que Camacho ha estado de seleccionador en China, Michel entrena al Olympiacos, Pepe Reina juega en el Liverpool, Fernando Torres en el Chelsea, Mikel Arteta en el Arsenal, David Silva en el Manchester City y Antonio Luna en el Aston Villa, por citar solo los que más me suenan.

Semejantes embajadores y que la Roja ganara el Mundial han hecho que nuestro país sea reconocido allí donde no llegaron jamás los ecos de Cervantes. Y qué quieren, si el fútbol va a servir para que el mundo aprenda español, viva el fútbol.

Tema aparte es Pep Guardiola, a partir de hoy mi ídolo, lo siento mucho, AT. Yo que estaba convencida de que en el cerebro de los futbolistas solo cabían balones y Ferraris, va Guardiola y se presenta ante la afición del Bayern de Múnich hablando alemán, que previamente ha aprendido porque ha considerado que es importante hablar el idioma de los jugadores que va a entrenar y del país en el que va a vivir. Ahí es nada. Lo dicho, mi ídolo.