«Debería estarle a uno permitido extraer de las palabras antiguas, como los herboristas y biólogos que obtienen de las especies clásicas, cruzándolas, híbridos nuevos, palabras nuevas. Había uno logrado un par de ellas, que sin embargo no han tenido la menor fortuna, y el paladar de las gentes las ha rechazado cuando ni siquiera habían llegado a su alcance, quizá. Sueños de soñabundo, híbrido de soñador y vagabundo, si acaso las dos no expresan lo mismo. Griste (para evitar la tautología de gris y triste) y celec (correo electrónico). Hoy ha sido esta: blanduzco, obtenida al observar los brazos desnudos de cierta pianista, demasiado pálida y demasiado blanda, aunque lo cierto es que atacaba con ímpetu una sonata de Brahms, que se cobraba en sus pálidas y fláccidas carnes un tributo en cada acometida, dejándoselas trémulas.Por otro lado cada palabra debería llevar dentro de sí, como si del ADN ortográfico se tratase, algo que indicara su origen o su representación, la sustancia primigenia de donde procede o el fin al que se dirige, como en la ese de la palabra insidia todo el mundo puede ver y aun oír, deslizándose entre la hojarasca seca, medio ocultándose en ella, la sierpe con su ponzoña.»
Trapiello, Andrés: Troppo Vero.
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