El lenguaje político, como bien estamos comprobando últimamente, tiene la capacidad de suplantar los hechos a los que se refiere y convertirse en un significado en sí mismo. El famoso discurso de Dolores de Cospedal acerca de la retribución a Bárcenas con pago en diferido, dejó de expresar lo que nunca llegó a decir y pasó a ser el significado en sí mismo. Dolores de Cospedal erró en su acto comunicativo, pero no por eso no dijo nada sino que es como si hubiera dicho: «No sé cómo explicarles a ustedes lo que no tiene ninguna explicación desde ningún punto de vista; a mi me lo han contado pero no lo he entendido». La ininteligibilidad de su discurso fue el significado.

Las palabras en política no solo enmascaran realidades, ya hemos hablado aquí anteriormente de los eufemismos políticos, sino que son capaces tanto de crear grandes conflictos políticos como de expresar las más excelsas intenciones.

Algunas de esas palabras, convertidas en lemas, han seguido vivas durante generaciones aunque hayan perdido parte de su eficacia y hasta de su significado. Ahí tenemos Libertad, igualdad, fraternidad, lema que sobrevive dos siglos después de la revolución francesa, aunque ustedes y yo nos preguntemos qué es eso de fraternidad en la sociedad del siglo XXI o a qué igualdad se alude cuando vemos los disturbios que se organizan de tiempo en tiempo en la ‘banlieu’ de París.

En nuestro país en los largos años del franquismo el lema era Una, grande, libre donde esa una (el femenino aludía a ‘patria’, más habitual entonces que el actual ‘país’) en cuanto pudo se dividió en 17 comunidades autónomas; grande, bueno, es un término relativo; y libre en aquellos tiempos, en fin… no comment.