Los diminutivos han venido y nadie sabe cómo ha sido, pero se han puesto de moda hasta un punto ridículo en ocasiones. Los utilizan los políticos como queriendo quitar importancia a lo que dicen, temo oír en cualquier momento que subirán los impuestillos para que así la cosa nos parezca menos grave.

En castellano el diminutivo tiene una larga tradición y no solo explica que algo es más pequeño, sino que a menudo se utiliza queriendo con ello suavizar el término, dotarlo de un matiz cariñoso: un viejecito es una persona más agradable que un viejo y braguita es más suave que braga. En el castellano de Gipuzkoa se utiliza el término amoña para designar a la abuela, pero no es raro que se utilice la palabra con el sufijo diminutivo castellano, amoñita, lo que le da un matiz más afectuoso y cercano.

Algunos diminutivos han especializado su significado con el uso, hasta el punto de que han constituido otra palabra y ya ninguno de nosotros pensamos en ellos como diminutivos. Veamos algunos ejemplos:

Barquillo viene de barco (por la forma de vela), bragueta de bragabocadillo de bocadobolsillo de bolsa o bolsobombilla de bombacalderilla de calderacazoleta de cazuelacazuela de cazocepillo de cepoensaladilla de ensaladamanecilla de mano, natillas de natanudillo de nudopañuelo de pañopapilla de papapeseta de peso.

Seguro que se les ocurre alguno más.