Gazmoñería. ‘Afectación de modestia, devoción o escrúpulos’. Según Corominas, gazmoñería se refería en un principio al pudor femenino. Existía asimismo un verbo gazmiar que significaba ‘apartar comida en el plato’, de donde un gazmoño pasó a ser tanto alguien escrupuloso como pudoroso.

Juanete. ‘Hueso del nacimiento del dedo grueso del pie, cuando sobresale demasiado’.
El término procede del nombre propio Juan (diminutivo o despectivo: juanete) porque Juan era el nombre colectivo utilizado para designar al campesino, y dado que estos por sus trabajos solían tener los huesos del pie desvencijados, recibieron el nombre de juanetes.

Modorra. ‘Somnolencia, sopor profundo’. Según Corominas la palabra modorro es muy antigua y está emparentada con el vasco mutur, ‘enojado, incomodado’. El femenino modorra aludía a una enfermedad de las ovejas que les llevaba a andar cabizbajas y a tumbarse continuamente.

Orzuelo. ‘Divieso pequeño que nace en el borde de uno de los párpados’. Tiene esta palabra una curiosa historia, según cuenta Covarrubias. El nombre orzuelo se debe a los médicos, a los que esa especie de divieso les pareció un grano de cebada y le pusieron hordeolus, que es el diminutivo de cebada, de donde dio en el actual orzuelo.

Pinganillo. Según la RAE, pinganillo es un carámbano o trozo de hielo, pero yo me refiero a la acepción que describe esa especie de audífono que llevan los presentadores de televisión incrustado en la oreja. La palabra proviene del latín pendicare, ‘colgar’, de ahí pingajo y pinganillo.

Son palabras que no me gustan pero su historia tiene su aquel y después de conocerla ya no me parecen tan feas como antes.