No es la primera vez que se prohíbe el uso de una palabra, ni será la última, pero esta ocasión, en pleno siglo XXI, me llama poderosamente la atención. Me refiero a ese anteproyecto de ley que ha aprobado la Comisión Ministerial de Legislación del Gobierno israelí en el que se prohíbe la utilización de la palabra «nazi» u otros apodos afines a esta ideología. ¿La razón? El incremento de su uso en el lenguaje político.

Sería el caso de una de esas palabras que se desgastan con su uso y que los judíos no quieren que se desgaste. Desgastar equivaldría en este caso a banalizar, vaciar de contenido su significado, en resumen, ofender a las víctimas del nazismo, según los promotores de la ley.

En este anteproyecto de ley, el uso de la palabra «nazi» estará penalizado con hasta seis meses de cárcel y multas que podrán alcanzar los 21.000 euros.

Pero ¿es una buena reacción prohibir el uso de una palabra? Yo creo que no, antes de prohibir a una sociedad usar una palabra hay que reflexionar sobre sus consecuencias y, sobre todo, hay que pensar que los demás son adultos y tan inteligentes o más que nosotros, algo que a menudo olvidan los políticos.