«Estaba pensando en estas cosas cuando ya había terminado los trabajos serviles, y me había sentado frente a la boca del horno. A la boca del horno se le llama alcabor, es una palabra árabe antigua, la aprendí ayer, y se me olvidará dentro de un rato, como la mitad de las cosas que nos hacen ilusión. Se le secará a uno esa palabra como las florecillas que arrancamos en una pradera, antes incluso de terminar nuestro paseo, sin que podamos resucitarlas luego en un vaso con agua. Iba viendo cómo ardían los últimos leños y las paredes de barro del horno se ponían paulatinamente blancas, mientras la cama, de brasas canas, se iba vistiendo de ceniza transparente con sus arrugas de sábanas de hilo.»

Andrés Trapiello: El jardín de la pólvora