Hay un banco en mi ciudad en el que casi siempre hay alguien queriéndose. Queda debajo de una autovía, que es desde donde yo lo veo cada día, cuando paso en moto camino de mi casa. Es un espacio soso y neutro con un par de bancos. En uno de ellos, el que queda debajo de la carretera, el más sombrío, a menudo se puede ver una pareja besándose. Nunca es la misma, pero siempre se funden en un abrazo un par de críos, adolescentes que se enroscan en un nudo de piernas y brazos que quisieran unidos para siempre. Así son esos años en los que todo parece absoluto. Ajenos al mundo, ajenos a mí y a la ternura que me producen, se besan como si fuera el último atardecer de sus vidas.