Nunca habíamos visto en el barrio una limusina blanca tamaño mafia, de hecho nunca habíamos visto una limusina en este barrio nuevo. Los niños la miraban extrañados y los vecinos nos íbamos parando intentando adivinar el acontecimiento. A su alrededor había una docena de gitanos, trajeados ellos, con vestidos brillantes y largos ellas, todos repeinados y muy dignos. Salió la novia y apenas se la veía, menuda y escondida entre una nube de tul blanco, un compadre grababa el momento para luego verlo una y otra vez en esa televisión enorme que no apagan nunca. La novia se metió en el coche mientras las mujeres empujaban tanto vestido.

En el suelo quedaba una cesta de mimbre con un asa redonda profusamente engalanada. Dentro, unos trapos blancos bordados y llenos de puntillas dispuestos para recoger la prueba de la virginidad de la novia. Ay, las tradiciones, algunas no se acaban nunca.