A finales del siglo XI existía en Persia una secta islámica cuyos miembros alcanzaron triste fama por sus sangrientas venganzas políticas.

Según cuenta Marco Polo, estos chiítas se embriagaban con una bebida elaborada con hachís antes de ser enviados a peligrosas misiones, cuyo objetivo solía ser matar a algún cabecilla enemigo, ya fuera este cristiano o musulmán. En árabe los llamaban haššišin, haššišina o haššašin, es decir, ‘los bebedores de hachís’ y de ahí viene nuestra palabra asesino, aunque no adoptó el significado que tiene hoy hasta el siglo XVI.