Gregorio Salvador en su libro Gente de Cervantes cuenta una anécdota que describe un aspecto del castellano en el que nunca se me había ocurrido pensar:

«Un hispanista norteamericano llama por teléfono, delante de mí, a un compatriota suyo, también hispanista, y mantiene la conversación en español. Entiendo que es una atención que me tiene, una cortesía lingüística por su parte, y cuando acaba se la agradezco, pero le digo que me parece excesiva y que, por favor, hable en inglés sin empacho. Se sorprende y me dice que él utiliza el español siempre que habla por teléfono y la otra persona lo domine, aunque sea anglohablante, porque telefónicamente el español es menos confuso, se entiende mucho mejor, requiere menos repeticiones y ningún deletreo y no da lugar a los frecuentes malentendidos que da el inglés. Algo a lo que suele dar lugar nuestra lengua son estas adhesiones y entusiasmos entre los hispanistas. Se lo digo y él me replica que nada más justificado y que todo lo que ha dicho es la pura verdad y que las intercomunicaciones a distancia requieren lenguas llenas, como el español, de corporeidad léxica y nitidez silábica. Con lo que está de acuerdo un joven hispanista japonés, que fue alumno mío en la Universidad Complutense, a quien le cuento el sucedido. Las dos lenguas cuya habla puede ser más fácilmente reconocida y correctamente interpretada por las máquinas son el español y el japonés, me  dice, y eso ellos, los japoneses, lo saben muy bien, y el español les gana con su sistema alfabético de escritura y con su ortografía coherente.»

Curioso, ¿verdad?