Según Saussure, el padre de la lingüística moderna, la lengua es «un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos». La lengua está en nosotros, es un inmenso tablero de plastilina cuyas celdas vamos llenando con sonidos que componen una palabra que da nombre a un objeto, una acción, un concepto, un sentimiento, una idea…

El lenguaje nos hace definitivamente humanos. Hay quien define al hombre como el único animal capaz de sonreír, otros dicen que es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra… pero yo creo que es la capacidad de hablar lo que nos hace únicos.

Marcos tiene 16 meses y empieza tímidamente a hablar, va nombrando las cosas con palabras, en general, formadas por dos sílabas repetidas: mama, papa, pípi (pajarito), popo (coche); ha descubierto un talismán que le sirve para todo: «oto» (otro), y a veces enuncia una frase completa, que vaya usted a saber lo que quiere decir pues no somos capaces de entenderle, lo que no significa que él no esté pronunciando una frase, es solo que él y nosotros todavía no nos hemos puesto de acuerdo acerca de la relación entre los sonidos y el significado.

La capacidad de expresarse de Marcos es una sorpresa que se repite con cada niño que comienza a hablar. Es curioso pensar que podría hablar cualquier idioma. Dirá «ponido» y «rompido» como hemos dicho todos, porque en ese espacio de plastilina que guarda en su cabeza, la estructura del lenguaje busca la regularidad y aborrece las excepciones. Y no por más sabido será menos sorprendente. Nos espera un espléndido tiempo de asombro y alegría.