Cuando teorizamos sobre el lenguaje, o simplemente cuando viajamos al extranjero, pensamos que sería una bendición que todos habláramos la misma lengua. Nos acordamos del mito de la Torre de Babel y tendemos a creer que sí, que la confusión de lenguas fue un castigo divino. Pero de regreso a casa volvemos a una sociedad que se reivindica cada día más fraccionada, que ya no quiere la Europa de las naciones, sino una Europa de los pueblos, cada uno con su economía, sus medios de comunicación, sus instituciones políticas y su lengua.

Recientemente he tenido la oportunidad de escuchar a Durao Barroso en una conferencia pronunciada en San Sebastián y el expresidente de la Unión Europea afirmaba que el idioma de Europa es la traducción. Creo que es una expresión afortunada que implica muchas lenguas y sin embargo, entendimiento. Lo que me parece meridianamente claro es que el futuro pasa, no ya por el bilingüismo, sino por el trilingüismo, sobre todo en aquellas zonas que cuentan con otra lengua diferente de la del estado en el que se encuadran.