Estos días se está celebrando en San Sebastián la Donosti Cup, un torneo de fútbol para chicos y chicas de todo el mundo con edades comprendidas entre los 10 y los 18 años. Son 8 000 participantes en 440 equipos de 25 países diferentes. Donosti se llena de chavales que pasean, van a la playa, se alojan en casas particulares o colegios, y sobre todo, juegan al fútbol.

El año pasado por estas fechas escribí sobre este torneo porque es una torre de babel curiosísima, chavales que hablan los más diversos idiomas, que juegan, compiten y viven juntos unos días y que, seguro, nos dan una lección de cómo entenderse aunque no se hable la misma lengua.

Cuando uno imagina un grupo de niños que vienen a jugar al fútbol, piensa en niños normales, que van a la escuela, tienen una familia, y en vacaciones, se apuntan a jugar un torneo de fútbol en otro país. Pero algunos de los niños que vienen a este campeonato viven una realidad muy diferente, para ellos pensar en viajar a otro país unos días está por completo fuera de sus expectativas. La Donosti Cup ha conseguido este año traer a un equipo de niñas que vive en un campo de refugiados en Palestina y a un grupo de niños de un orfanato de Mozambique.

Los responsables cuentan que algunos de los niños que viajan ven una realidad tan distinta que funciona para ellos como un referente, aprecian que otra vida es posible y deciden estudiar (supongo que en muchos casos no dependerá solo de su decisión y necesitarán medios) pero si pensaban, como antes nuestro ucraniano favorito, que daba igual estudiar que no, ahora ven que existe un mundo más allá de las dificultades que viven día a día.

Solidaridad sí, pero no a cambio de nada… a cambio del sentimiento de alegría que nos dejan  historias como esta.