El drama de los refugiados es una tragedia cuyo protagonista podríamos ser cualquiera. Vemos imágenes de familias con niños pequeños que caminan con el único rumbo de unas vías de tren que se extienden hacia lo desconocido. No saben si conseguirán llegar a Hungría, ni si una vez allí podrán traspasar las concertinas. Si lo consiguen y llegan a Viena corren el riesgo de que allí la policía austriaca los devuelva a Hungría.

Y mientras, nuestros gobiernos discuten cuotas y se permiten elegir refugiados como si fueran coles de Bruselas. Los eslovacos sólo los quieren cristianos, mientras otros se echan las manos a la cabeza porque «se nos va a llenar Europa de árabes». Pobres europeos de a pie, no es que se nos vayan a llenar los países de bárbaros, es que se nos va a caer la cara de vergüenza.

Al empezar el post me decía, escribiré de cómo hasta los refugiados necesitan saber siquiera un poco de inglés para chapurrear con los policías, pero se me ha ido la mano porque no me quito de la cabeza ese caminar desesperado de frontera en frontera por la meca del bienestar.