En Euskadi, el número de hablantes de euskera ha aumentado en 300.000 en las últimas décadas. Un dato muy bueno, aunque lo que a mí me gustaría resaltar es que este aumento se ha debido no sólo a que los que hablan euskera lo transmiten a sus hijos, sino gracias a aquellos que no sabiéndolo les escolarizan en esa lengua.

Muchos ciudadanos han enviado a sus hijos a las ikastolas sin saber ellos el idioma en el que los niños adquirían la cultura, propiciando así el cambio en una situación que se auguraba mucho más negra para el idioma vasco.

Estos hechos tan relevantes sociológica y políticamente no han sido reconocidos como se merecen por la sociedad vasca, quizás porque el ámbito nacionalista deseaba una sociedad monolingüe en euskera y no una bilingüe que es la que tenemos ahora. Pero la actitud tan abierta de esos ciudadanos que no tienen ocho apellidos vascos y no hablan euskera, o lo han aprendido de adultos, ha sido determinante en la supervivencia de un idioma que estaba llamado a desaparecer de no contar con el favor del extraño.

Una vez más la ciudadanía va por delante de los políticos.