Estos días se está celebrando en San Sebastián la Semana del Cerebro, organizada por el BCBL (Basque Center on Cognition, Brain and Language). Las conferencias son cortas, un máximo de veinte minutos cada una, y están impartidas por jóvenes estudiosos del cerebro y el lenguaje. No sé si todos ellos han hecho un máster de «Cómo conseguir ser ameno y divertido hablando de aspectos científicos», pero así lo parece.
Los temas abordados van desde cuál es el mejor método para enseñar a leer, hasta averiguar si un bebé de cuatro meses distingue cuándo se le habla en castellano y cuándo en euskera, pasando por la revolución de las imágenes en HD a la hora de estudiar el cerebro.
Aparte de lo que uno puede aprender y lo que puede imaginar que hay más allá de lo que nos cuentan, está la alegría de ver a esa gente joven -una chica serbia, un vasco, una italiana, un andaluz, un ruso…- con la pasión bailándoles en los ojos, el esfuerzo asomando a su sonrisa y la alegría de compartir con los demás lo que están descubriendo. Y una se acuerda de esas familias estancadas en la mitad de Europa, los pies en el barro, el cuerpo mojado hasta los huesos, expulsados de aquí y de allá, y se alegra de que esto también exista en el mundo, jóvenes que investigan, que desarrollan sus capacidades y que nos ayudan a todos a progresar.
Comentarios
Es verdad, frente a la burocracia europea con los refugiados, que no hace más que ocultar un egoísmo inhumano, es reconfortante observar a unos jóvenes que investigan y que transmiten sus conocimientos con una generosidad de la que todos deberíamos aprender.