Es habitual pensar que lengua y nación se corresponden, o deberían corresponderse, pero en realidad esa situación es minoritaria, pues muy pocas son las naciones unificadas con una sola lengua. Tendemos a pensar que en Rusia se habla ruso y en China, chino, pero si en un espacio como Suiza se hablan cuatro lenguas oficiales, alemán, francés, italiano y romanche, cómo pensar que en países tan grandes como Rusia o China se pueda hablar un solo idioma.
La relación lengua-patria es una relación compleja y las más de las veces, desajustada. El español se habla en España pero también en gran parte de Sudamérica. Muchos países africanos tienen el francés o el inglés como lengua oficial porque estos idiomas son en realidad los que unifican a las diferentes etnias.
Sucede también en ocasiones que las diferentes lenguas de un país se reparten los ámbitos y las funciones, como en Singapur, donde el inglés y el chino mandarín son las mas extendidas, mientras el tamil y el indonesio tienen menos hablantes, pero las cuatro son lenguas oficiales. El inglés es la lengua de la administración, del comercio, de la industria y de la enseñanza primaria. El chino es hablado por las tres cuartas partes de la población y los indonesios y los tamiles se reparten el resto.
Antiguamente los gobiernos persiguiendo la unidad lingüística, contribuían a potenciar la lengua más extendida y utilizaban todos los medios a su alcance para evitar que otras lenguas más minoritarias perseveraran en su territorio. Así sucedió en España y en Francia, por mencionar dos ejemplos bien cercanos. Solo en las ultimas décadas se ha invertido esta tendencia, al menos de forma oficial.
La lengua es un rasgo del individuo, existe una lengua propia allí donde hay una comunidad que habla una lengua común y existe una nación allí donde los miembros de una comunidad administrativa tienen el deseo de permanecer políticamente unidos.
Lo que nos parece lo más natural del mundo, la identificación entre lengua y nación, no es sin embargo, lo habitual. Pensamos que si en un territorio se habla una lengua distinta que en otro limítrofe, ese territorio debería ser una nación, pero la realidad contradice este lugar común.
Y es curioso que uno de los países más grandes del mundo, Estados Unidos, hable una lengua que comparte con otras naciones y que ni siquiera tiene reconocida como lengua oficial en su Constitución, mientras son los más pequeños los que buscan, mejor dicho, los que necesitan, la identificación «una lengua, una nación».
Comentarios
Es este un tema extremadamente interesante, sobre todo viendo el caso español. Hasta el punto de preguntarme si la relación que establecemos entre lengua y derecho es adecuada. En Cataluña, el aranés es idioma cooficial junto con el castellano y el catalán, lo que indica una notable sensibilidad hacia una lengua que la hablan menos de 3.000 personas y que se circunscribe al Valle de Arán. En principio parece una actitud loable, pero no quiero pensar los problemas que originaría que un ciudadano exigiese en Barcelona o en Tarragona ser atendido en aranés. O que a todos los funcionarios de la administración pública catalana se les obligase al conocimiento de esta lengua (es un debate que ya se ha producido en Navarra con el euskera). No solemos pensar que los derechos de la ciudadanía pueden tener tal coste -económico, social…- que puede convertir a un derecho legítimo en inviable.
Cierto, Josean, pensar que el hecho de hablar una lengua nos da derecho a que seamos atendidos por ella en la Administración tiene unos costes que quizás prefiramos ignorar. Si somos ricos… nos llega para todo, pero si no lo somos, y nunca es suficiente, o al menos a nadie nos gusta pagar más impuestos de los estrictamente necesarios, ¿qué hacemos? ¿Contratamos traductores, publicamos los documentos oficiales en tantas lenguas como tengamos?
Es una cuestión muy difícil que desde luego no pretendo resolver, pero que me parece interesante plantear para reflexionar un poco.
Muchas gracias por tu aportación.