Es curioso que los humanos repitamos los mismos errores una y otra vez. Todos los países de Europa han sufrido guerras y por lo tanto, han visto cómo sus ciudadanos huían de su país para salvar la vida. Nómadas sin hogar que no lo son por deseo propio, sino porque han sido expulsados de sus tierras por una bombas que no cesan de caer.

Zygmunt Bauman, el prestigioso sociólogo, ha declarado que los refugiados son para Europa en estos momentos «el desperdicio humano», un excedente con el que no sabemos qué hacer. Para la Unión Europea son extranjeros, inmigrantes, invasores, bárbaros… Los griegos les han acogido mal que bien pero están al límite de sus posibilidades, los macedonios les gasean y les reciben con balas de goma, los búlgaros los atan como si fueran animales, los ingleses hacen todo lo que está en su mano para que no crucen el paso de Calais…

Y mientras, hay ciudadanos en Gandia que se organizan para recoger pañales, pinturas para los niños, peluches, juguetes y libros; y otros de Madrid que hacen otro tanto y llenan un camión de alimentos y ropa; en San Sebastián se hacía este fin de semana una recogida de zapatos y katiuskas para que los refugiados puedan hacer frente a esos terrenos embarrados en los que están acampados.

Vemos ahora la foto de aquella niña vietnamita que escapaba desnuda con su cuerpo quemado por el napalm y no acabamos de comprender cómo fuimos capaces de tanto horror. A ella se suma Aylan, tendido en la playa, ahogado y perdido. No quiero ser demagoga pero está claro que la evolución en nosotros se produce muy despacio, que a menudo vence la parte que nos lleva a luchar, la de la selva y no la cultural, la secundaria, la empática. Me doy cuenta de que los Gobiernos se ven sometidos a muchas presiones, pero en este caso están haciendo oídos sordos a la presión de sus ciudadanos que les dicen que queremos ser un pueblo generoso, que debemos ayudar a esas personas que podríamos ser nosotros porque lo fuimos en un pasado y quién sabe si podríamos volver a serlo en el futuro. Pero uno y otro día, las imágenes de los refugiados perdidos, atascados en el barro, nos golpean sin que, por fortuna, nos acostumbremos a ellas. Porque, una vez más, los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor.