El otro día vi una cosa extraña y bien bonita. Al filo del mediodía, con tiempo nublado y fresco (que es como los vascos le llamamos al frío), un mendigo (un sin techo, un homeless, un indigente, en fin, un vagamundo) dibujaba en un banco. No sé muy bien si dibujaba o simplemente coloreaba un papel, como los niños, pues yo le vi desde mi moto en el fugaz momento del semáforo en rojo. Estaba sentado a horcajadas en un banco  y se inclinaba sobre un papel  blanco con una pintura o un lápiz en la mano. Me pareció una imagen insólita, pensé en cómo se están retirando los bancos de las ciudades (los de sentarse), y el poco daño que hacía aquel hombre dibujando en un banco. ¿Cómo sabía que era una persona sin hogar (esta vez con eufemismo)? Vestía descuidadamente, no estaba afeitado y todas sus pertenencias, metidas en bolsas de plástico, le rodeaban.

Y él indiferente a si tenemos gobierno o no, impasible ante la amenaza de lluvia, dibujaba sentado en un banco como si todo lo humano le fuera ajeno.