«Ifemelu decidió dejar de imitar el acento estadounidense un día soleado de julio, el mismo día que conoció a Blaine. Era convincente, el acento. Lo había perfeccionado observando con atención a amigos y locutores de televisión, fijándose en la pérdida de nitidez de la «te», la untuosa vibración de la «erre», las frases encabezadas con «Pues» y la escurridiza respuesta «En serio»; pero tenía una chirriante conciencia del uso de ese acento, hablar así era para ella un acto de voluntad. Le representaba un esfuerzo, la manera de torcer los labios, la manera de abarquillar la lengua. En un estado de pánico, o en un momento de terror, o si despertara sobresaltada durante un incendio, no recordaría cómo reproducir esos sonidos estadounidenses. Por tanto, tomó la firme determinación de abandonarlo, ese día estival del fin de semana que Dike cumplía años. La impulsó a ello una llamada de telemarketing (…) El identificador de llamada indicaba «número desconocido», y pensó que podían ser sus padres desde Nigeria. Pero era un operador de telemarketing, un estadounidense joven que ofrecía mejores tarifas para las llamadas interurbanas e internacionales (…) Solo después de colgar empezó a sentir la mancha de una creciente vergüenza propagarse por toda ella, por darle las gracias, «Habla como una estadounidense», una guirnalda que colgarse al cuello. ¿Por qué era un cumplido, un logro, hablar como una estadounidense? (…) Su fugaz victoria había dejado en su estela un espacio vasto y reverberante, porque había adoptado, durante demasiado tiempo, un timbre de voz y una manera de ser que no eran los suyos. Y por tanto terminó de comerse los huevos y tomó la firme determinación de dejar de imitar el acento estadounidense.»
Chimamanda Ngozi Adichie: Americanah
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