Las bibliotecas son un lugar que me fascina. Cuánta sabiduría almacenada en sus anaqueles, cuánta imaginación volcada en palabras. Líneas y líneas de emociones que cuentan que en Perú alguien se puede enamorar exactamente igual que en un lugar de La Mancha. En la biblioteca encuentro aventura, vidas que pasaron pero que están allí escritas esperando a que alguien las lea, hazañas de hombres y mujeres fuertes, existencias miserables que nos conmueven, países que se disolvieron en el tiempo de la historia, paisajes magníficos que nunca veremos con los ojos, tesoros inesperados que a veces me puedo llevar a casa.

Una biblioteca es un paraíso en el que disfrutar del uso de la razón, de nuestra capacidad de reflexionar. Disfrutamos del lenguaje, de una frase perfecta, de la construcción de una ideología, de una creación insólita. Leer nos ayuda a comprender lo diferente, nos alimenta en la penuria y nos consuela en el dolor.

Cuántos pensamientos ajenos que nunca se me ocurrirían están ordenados en las baldas de una biblioteca, cuántos mundos por descubrir en sus libros, cuántas promesas sin desvelar. Y entre los que allí nos recogemos, se extiende una especie de intimidad compartida que sumerge a cada uno en el libro que lee. Solos y acompañados a la vez.