Juan Ramón Lodares era un lingüista brillante y sensato. Pensaba que «Las lenguas sirven para que la gente se comunique. Cuando se convierten en símbolos a venerar, comienzan los problemas». Decía lo que pensaba y escribía lo que decía, se ve que era valiente y también inmune a la soledad intelectual. Falleció en un accidente de coche en abril de 2005 a la edad de 46 años, dejando el mundo de la lingüística un poco más aburrido y un mucho más oscuro.
De sus libros se desprende una inteligencia despierta y un talento que le permitía observar los fenómenos lingüísticos a vista de pájaro, no buscaba la polémica pero tampoco dejaba de decir lo que pensaba por rehuirla. «Era el lingüista más prometedor que teníamos en España», según Gregorio Salvador, vicedirector de la Real Academia en el momento de su muerte. Y resulta que era también, como esos hombres del Renacimiento, un buenísimo actor que se decantó por la palabra escrita, para fortuna de los entusiastas de la lengua y desgracia de los aficionados a la escena.
Si a alguno de ustedes le apetece leerle, les recomiendo Gente de Cervantes, una amenísima historia de la lengua española, y también El paraíso políglota, un libro extraordinario. Le debía este pequeño homenaje como muestra de agradecimiento por todo lo que disfruto con sus libros.
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