No me digan que no se comprarían un libro que se titulara así: Vocabulario de disparates, extranjerismos, barbarismos y demás corruptelas, pedanterías y desatinos introducidos en la lengua castellana (q.e.p.d). Título original y extravagante donde los haya. Su autor, Francisco J. Orellana, no se atrevió, sin embargo, a firmarlo con su nombre y utilizó el seudónimo de Ana-Oller, forma tomada de su apellido, como pueden comprobar. El libro se publicó en 1871 y formaba parte de esa ristra de manuales que han alzado su voz contra el mal uso de la lengua.

Autores de todo tipo disertaban en el siglo XIX contra la perversión de la lengua castellana. Expresaban su disgusto por el abandono que sufría la gramática según ellos y proclamaban con gran desesperación que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Por qué nos pasará lo mismo a todos los humanos? Siempre nos parece que las cosas eran mejores cuando éramos niños o cuando éramos jóvenes. Entonces se hablaba mejor, se escribía mejor, hasta jugábamos mejor. Debe de haber algún gen destinado a la autosatisfacción que se ocupa de hacernos pensar que nuestra tierra es la mejor, nuestra comida no tiene parangón y nuestra juventud fue el mejor de todos los tiempos. Y además siempre nos parece que somos los primeros en darnos cuenta. Bendito gen que nos deja tan contentos.