«Los comercios del pueblo tenían todos un encanto real, la armería, el guarnicionero, la ferretería, la tienda de los paños, el droguero. Sólo la ferretería que había en la plaza habría sido suficiente como para declarar a Trujillo patrimonio de la humanidad. En aquella catedral de la ferralla convivían, en baterías colgadas del techo, los pucheros y cazuelas rojas, atadas de mayor a menor, las guadañas, las horcas, los astiles de las herramientas, atados en haces, roldanas, zarandas, armeros, garfios y hocinos, y aquella infinidad de cajones dispuestos ordenadamente hasta el techo, en cada uno de los cuales figuraba una muestra de lo que en él se guardaba, grifos, tuercas, tijeras, sacacorchos, martillos, alicates, tenazas, llaves inglesas. Los artistas conceptuales no habrían hecho en toda su vida una obra tan hermosa, tan viva y tan necesaria.»
Andrés Trapiello: El fanal hialino
Comentarios
Mucho me temo que estas palabras tan hermosas irán cayendo en el olvido, como los propios oficios que las utilizaban. La vida, que va a toda velocidad, va dejando en la orilla del olvido personas, lugares y palabras. Una pena, pero…
Yo es que son palabras que más que olvidar desconozco. Cuando voy a la ferretería, tengo que ir con la cosa que quiero reponer en la mano porque no sé cómo pedirla.
Por otra parte, esta cita de Trapiello me recuerda un comercio muy peculiar que hay en Ezcaray, básicamente una ferretería, pero en el que se vende de todo y al que llaman El Corte Inglés. La sabiduría popular no tiene límites.