«Los comercios del pueblo tenían todos un encanto real, la armería, el guarnicionero, la ferretería, la tienda de los paños, el droguero. Sólo la ferretería que había en la plaza habría sido suficiente como para declarar a Trujillo patrimonio de la humanidad. En aquella catedral de la ferralla convivían, en baterías colgadas del techo, los pucheros y cazuelas rojas, atadas de mayor a menor, las guadañas, las horcas, los astiles de las herramientas, atados en haces, roldanas, zarandas, armeros, garfios y hocinos, y aquella infinidad de cajones dispuestos ordenadamente hasta el techo, en cada uno de los cuales figuraba una muestra de lo que en él se guardaba, grifos, tuercas, tijeras, sacacorchos, martillos, alicates, tenazas, llaves inglesas. Los artistas conceptuales no habrían hecho en toda su vida una obra tan hermosa, tan viva y tan necesaria.»

Andrés Trapiello: El fanal hialino