Como entusiasta del lenguaje que soy siempre defiendo que su primera función es comunicar. ¿Para qué sirve un idioma si no es para que nos entendamos? Pues bien, llega Rajoy y, tranquilo y reposado como es él, respondiendo a una pregunta respecto de una negociación que nos puede conducir a tener, por fin, un Gobierno, responde: «Nosotros podemos aceptar muchas cosas o no». Y ¿qué entienden ustedes ahí? Nada, que puede que sí o puede que no, respuesta cero, ni frío ni calor. ¿Cuál es la función de una respuesta que no comunica nada?

El lenguaje tiene también estas cosas, sí, que sirve para eludir el bulto y para que de una frase como «Nosotros podemos aceptar muchas cosas o no», se deduzca que «depende de lo que nos propongan» o «depende de lo que haga el PSOE» o «depende de cómo veamos los apoyos para la investidura», etc., sin que en realidad el hablante diga nada de todo eso.

Un recurso muy utilizado en la escena política: llenar el discurso de obviedades y vaciedades. Tanto es así que un halago que a veces se oye en boca de periodistas a un político es «oiga, es que a usted se le entiende todo». Quién diría que la política es el arte de dirimir los conflictos con palabras y no con armas.