El chef hizo su debut en el restaurant un día particularmente frío. El maître preparó unos canapés para picar y él se esmeró con una vichysoisse de primero y un entrecot de segundo. El sumiller aconsejó un burdeos con la carne y champán con los crepes del postre. Para la sobremesa sacaría un excelente coñac para los señores y unos pralinés para las damas.

Por si la comida no era suficiente se guardaba en la manga el espectáculo, irían al cabaré que estaba de moda, allí en el decorado más rococó que quepa imaginar, las vedetes bailaban cancán, claqué y representaban números de vodevil.

Fue una soirée redonda, se consagró como el chef más glamuroso de la ciudad pero, sobre todo, consiguió la mano de la dulce francesita que había conquistado su corazón de gourmet.