La cervecería estaba oscura y tranquila. Se me fueron los ojos al hombre solitario de la barra, me fijé en su boca y se me hizo la boca agua pensando en esos labios carnosos. Era raro en mí esa mirada directa, así a bocajarro. Te estás metiendo en la boca del lobo, me dije a mí misma. Y qué, contestó mi otro yo, ¿quién te ha pedido que abrieras la boca?

Un novio me vendría de perlas, a pedir de boca de hecho, pues mi tristeza andaba en boca de todos. Abrí el objetivo de mi mirada y contemplé sus ojos, los hombros estrechos, la mandíbula perfecta, bajé hasta las manos. Imaginé acercarme despacio, sin decir esta boca es mía, ladear la cabeza y con la mirada fija en sus labios, buscar su boca con la mía. La canción de Ana Belén sonaba en mi cabeza, «Suuuu bocaaaaa…».

– Lina, pareces embobada, no me escuchas, estás ahí, sin abrir la boca… te decía que si pedimos algo para ir haciendo boca

– Qué bocazas es mi amiga, de verdad…