Estudié Filología con 25 años cuando ya llevaba siete trabajando, es decir, fue algo hecho con premeditación y alevosía. Estudiar fue para mí un premio, un requiebro al destino. Seguramente por eso estudiaba mucho y sacaba buenas notas, para lo que no hace falta ser especialmente inteligente sino estar motivado, y a mí motivación me sobraba.

Un verano me puse a dar clases de latín a mis compañeros para ganar algo de dinero para el próximo curso y la gran sorpresa fue descubrir que la que más aprendía con aquellas clases era yo. Que hacer una traducción no tenía nada que ver con explicar cómo debía hacerse, que aprenderse las declinaciones era bien distinto a tratar de descubrir cómo podía uno relacionarlas para que otro las aprendiera más facil.

Y algo de esto es lo que me ha pasado con este blog. Me da muchísima alegría cuando alguien me dice «vaya, esto no lo sabía y ahora ya lo sé», pero tengan por seguro que la que más disfruta soy yo, porque aprender es una de las cosas que más me gustan en la vida. Cuando deje de aprender con este blog tendré que pensar otra cosa, pero mientras siga fascinándome el lenguaje seguirán viéndome por aquí. Ojalá se diviertan una tercera parte de lo que lo hago yo, porque eso ya sería mucho.