A los que nos gustan las palabras nos encantan las etimologías. Y también nos gusta saber de dónde ha salido una palabra, porque más allá de la arbitrariedad de la relación signo-significado, las palabras tienen un origen y un desarrollo.

A veces emprenden un viaje a otro idioma, cambian de domicilio, evolucionan, duermen una temporada y después reaparecen. Hay palabras entre nosotros que han venido desde Japón, Paraguay, Alemania o Marruecos. Otras viajan en grupo como las que vienen de Norteamérica o Inglaterra. Las hay protagonistas y también actores secundarios. Algunas son hermanas entre sí o primas y se ve enseguida que se parecen. Otras no se parecen en nada y sin embargo son de la misma familia. Algunas se mueren y la mayoría viven más que nosotros, que tiene narices la cosa.

Y siempre habrá alguien a quien le guste saber de dónde procede melancolía o por qué Louis Antoine de Bouganville dio nombre a esa planta que embellece media Andalucía. Y así, el amor por el lenguaje encontrará en las personas un lugar en el que anidar.