«La palabra gilipollas, tan común y expresiva, la usa ya todo tipo de gentes en sus conversaciones privadas, ricos y pobres, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, de clase alta y de clase baja, en el campo y en la ciudad, pero raramente pasa a lo escrito. Traducida en el papel adquiere una forma más almidonada y enfática, que en el habla no tiene: idiota, estúpido, memo, mentecato, necio, cretino. Pero lo cierto es que gilipollas, o pedorro, tan parecida, tan bien afinadas ambas por la vida, nos resultan mucho más familiares, como ropas de andar por casa. ¿Cuánto les durará eso no-apresto? Las que lo tienen lo pierden, y las viejas acaban gastándose y haciéndose jirones. Uno debería haber escrito aquí acaso el otro día de ese X que es un gilipollas, o un pedorro sin más, y no sólo por aquello que decía JRJ (escribiendo como se habla, llegaremos en lo porvenir más lejos que si escribimos como se escribe), sino para darle ese matiz hablado, aquello que ni siquiera merece ninguno de sus seudónimos más serios: idiota, estúpido, etc. O sea, que el necio o el estúpido no tienen por qué ser gilipollas. Esto último es además. Y de ahí que la gente cuando habla no se complica la vida ni da rodeos, y si puede, ataja. O sea, sí, un gilipollas.»

Andrés Trapiello: Sólo hechos