El binomio lenguaje-política da mucho de sí. Confieso que son muchas las ocasiones en las que he pensado escribir sobre una desafortunada expresión dicha por algún político, y luego me ha dado pereza o aburrimiento o ambas cosas a la vez. Pero es un tema que unas veces me lleva a reflexionar y las más me pone furiosa.

Es de reseñar el enorme esfuerzo que hacen algunos políticos para hablar y no decir nada. Recitan su discurso como nosotros recitábamos en la escuela algún poema aprendido de memoria. Y no se crean que es tan fácil escribir un discurso vacío de significado, aunque todavía tiene más mérito que después los analistas, politólogos y tertulianos en general le encuentren contenido a esas palabras urdidas sin orden ni concierto.

Y siendo como es la política el arte de dirimir los conflictos con palabras y no con armas, ¿por qué tantas obviedades, tantas palabras grandilocuentes y vacías? A menudo me da por pensar que la clase política cree que a los ciudadanos hay que hablarnos como si fuéramos niños, como si solo nos encandilaran la demagogia y las promesas. Y yo creo que los ciudadanos entendemos lo normal: que no se pueden subir las pensiones y el salario mínimo sin subir los impuestos o recortar el gasto; que no funciona lo del café para todos; que la democracia es el mejor de los sistemas pero que no es perfecto…, o sea, entendemos lo normal.

En fin, disculpen este desahogo pero es que este año de repetidas elecciones me ha dejado exhausta.