«Cita A en su blog este verso de Gérard de Nerval, «el preferido de Cyril Connolly»: La treille où le pampre à la rose s’allie. «Uno de los versos más intraducibles que conozco», asegura; «una azarosa confluencia de figura y música. Cualquier traducción («La parra donde el pámpano se une a la rosa») lo destruye, lo convierte en un lugar común, algo pompier, como de colofón simbolista. Calificar adecuadamente requiere más finura de oído que buen juicio».

Es cierto, pero si los hombres han traducido tantas cosas a tantos idiomas, ¿no serán capaces de traducir ese verso?: La parra cuyo pámpano se hermana con la rosa…, o brotan de la parra los pámpanos y rosas, o acaso, como haría Dickinson, el pámpano de la parra se ha convertido en rosa… En las traducciones el sentido se va estrechando… o ampliando, ganándole terreno al primer sentido, al buen juicio, es decir, al original, un terreno precioso. Algunos de los mejores poemas de Dickinson no están en inglés, sino en algunas traducciones… ¡Y por supuesto que siguen siendo poemas de Dickinson! Algunas de las versiones de Marià Manent de la Dickinson siguen siendo poemas de ella… y de él. Y son más que los de ella solo. Y no creo que a ella le importara esto, porque la poesía no tiene dueño. ¿Es una herejía decir esto? Las palabras son lo que son en nosotros, por dentro, y cuando dejan de ser palabras, no hay palabras que las igualen.»

 

Andrés Trapiello: Sólo hechos