«Y si por casualidad se le ocurría a uno ponerse a escribir la novela, aparecía un albañil, un fontanero, un electricista, y se iba la mañana o la tarde en conversaciones cosmopolitas. O Manuel, que siempre trae en el bolsillo de la chaqueta, como si fuese un pájaro que se ha caído del nido, una palabra vieja y en buen uso, puesto que él las mete aún en sus pláticas. Hoy fue almorfía, la cantidad de grano que cabe en las manos cuando estas hacen cuenco. Y hasta yo encontré al fin la expresión «baba de buey», que había perdido hace nueve o diez años, después de haberla leído en un relato de Unamuno. Durante este tiempo me he vuelto loco buscándola en el libro donde creía haberla leído por primera vez. La habré buscado allí lo menos quince o veinte veces, página Por página. Durante todos estos años el libro no se ha movido de la mesilla de noche. Hoy, al empezar a buscarla por el final me la he encontrado… en la última página, precisamente esa que nunca había mirado, por llegar a ella siempre extenuado y sin esperanzas. Baba de buey se les llama a esos hilos de tela de araña que van flotando por el aire, sueltos.»

Andrés Trapiello: Sólo hechos