Hoy les traigo una cita del libro de Sergio del Molino, La hora violeta. Es el principio, el primer párrafo. Hay quien dice que un buen libro nos atrapa con su comienzo, como El Quijote: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…» o Cien años de soledad: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». La hora violeta es un magnífico libro y les recomiendo su lectura, pero no lo lean antes de dormir, como yo, porque les va a dejar tal congoja esta historia de amor, que después no hay quien duerma.
«Me he propuesto no llamar niño al niño. Ni crío, ni chaval. Puede que cachorro sí, pero no en este libro. No inventar seudónimos, no usar iniciales. Sólo Pablo. Sólo su nombre. Desde que nació, me ha molestado mucho que lo despersonalicen. Cada vez que alguien, incluso su madre, se refiere a él como el crío, el niño o este crío y este niño, corrijo y pregunto de qué niño o de qué crío hablan. Nunca he soportado que se refieran a una persona que está presente en la conversación con el demostrativo este. Soy hipersensible a ciertas groserías que a la mayoría de la gente le pasan desapercibidas. Tampoco aguanto que no se pidan las cosas por favor, que las peticiones se enuncien como órdenes -aunque lo sean- ni que se hable a gritos. Lucho sin éxito por que Pablo sea siempre Pablo. Por eso no emplearé subterfugios, no recurriré al truco de Umbral en Mortal y rosa de llamar el niño al hijo, por más que aquello fuera una simple forma de acotar el dolor y de contenerlo para que no muerda mientras se escribe. Le nombro con cada una de sus letras para que su presencia no se difumine ni tan siquiera por desgaste de los bordes, para que aparezca rotundo y carnal en medio de la vida.»
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