«Pensar que ya la lengua castellana u otra alguna del mundo tiene toda la extensión posible o necesaria solo cabe en quien ignora que es inmensa la amplitud de las ideas para cuya expresión se requieren distintas voces.

Los que a todas las palabras peregrinas niegan la entrada en nuestra locución llaman a esta austeridad pureza de la lengua castellana. Es trampa vulgarísima nombrar las cosas como lo ha menester el capricho, el error o la pasión. ¿Pureza? Antes se deberá llamar pobreza, desnudez, miseria, sequedad. He visto autores franceses de muy buen juicio que con irrisión llaman puristas a los que son rígidos en esta materia, especie de secta en línea de estilo como la hay de puritanos en punto de religión.

No hay idioma alguno que no necesite del subsidio de otros, porque ninguno tiene voces para todo.»

Esta cita, que bien podría ser suscrita por cualquier lingüista de nuestros días, es de Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), ensayista y destacada figura de la Ilustración española. Sucede a menudo con las ideas, que pareciéndonos que solo se nos ocurren a nosotros, vemos con estupor que ya unos siglos antes eso mismo se le había ocurrido a otro genio. Por cierto, Feijoo se consideraba a sí mismo «ciudadano libre de la república de las letras». Lástima que lo de viajar en el tiempo no termine de cuajar, me hubiera gustado conocerle.