Hay palabras con aristas afiladas que hieren como armas blancas. Palabras como artefactos que nos noquean con un solo golpe. Palabras que acuden prestas a nuestra cabeza y que creemos emplear en defensa propia. Pero así como el puñal a veces yerra el blanco, la palabra llega a su destino certera y allí penetra, cercena y se aposenta. Retuerce su significado hasta encontrar la raíz misma del dolor.
Las palabras son el instrumento más eficaz para herir, porque a menudo las utilizamos contra los que más queremos. Abatimos al amigo, que ya solo trata de adivinar de dónde han salido esas palabras, dónde estuvieron tanto tiempo escondidas. Busca otras con las que devolver el golpe, se debate entre defenderse o atacar, aunque en realidad es incapaz de pensar en otra cosa que en su herida, esa de la que mana tanta sangre. Y no habrá médico, curandero o cirujano que restañe la piel abierta y la devuelva al estado de antes de la contienda.
Una vez que las palabras fueron lanzadas como proyectiles, una vez alcanzado su objetivo, ya no habrá olvido ni reparo, quedarán alojadas como un trozo de metralla y dolerán de vez en cuando, quizás cuando vaya a cambiar el tiempo.
Comentarios
No puedo estar más de acuerdo. Me ha sucedido varias veces. Maldito whatsapp. No puedes no echarlo al buzón. No puedes esperar al cartero y decirle que por Dios te dé la carta porque nunca quisiste escribirla de ese modo.
Le das a enviar y en un milisegundo, puedes matar, herir. Las palabras son irreversibles, como los puñales. Eso, lo que dices, las palabras como los puñales. Los puñales como las palabras.
Un abrazo
Leire