Circulan en grupo por la calle San Martín una mañana de domingo. Habrán hecho sus buenos kilómetros y ahora charlan cansados y contentos a la vez. Serán unos 8 o 10, con maillots de invierno, protectores encima de las zapatillas, culotes largos y guantes. En la bici se pasa frío si no vas bien abrigado. Uno de ellos tuerce hacia la calle Urbieta, en la misma dirección que yo, y ambos nos paramos en el semáforo en rojo. Es del Club Ciclista Donostiarra y lleva el mismo maillot con el que murió mi hermano. Le miro y no puedo evitar pensar que podría ser él, es alto, delgado y tiene un aire distraído y ensimismado como el de mi hermano.
Y más de veinte años después le vuelvo a echar en falta con violencia. Nada fue igual después de aquel viernes. Nunca más gracias a la vida que me ha dado tanto. Era mi hermano y mi amigo y mi cómplice. El compañero de mi niñez, el protegido de mi juventud. La que yo era con él desapareció aquel día, ya nunca más fui hermana, nunca más su sonrisa, ya no hay recuerdos compartidos. No viste crecer a mis hijos ni morir a tus padres. Y sigue siendo tu cumpleaños y el mío pero tú ya no llamas nunca.
Hay unos versos de Miguel Hernández que me vienen a la cabeza cuando como hoy te recuerdo intensamente: «Ausencia en todo siento:/ ausencia, ausencia, ausencia».
Comentarios
Emotivo y conmovedor recuerdo del hermano ciclista.
Desgraciadamente, los que disfrutamos con pasión de la bicicleta sabemos que, junto a inolvidables momentos de satisfacción, está la terrible cara del riesgo y el accidente.
Entiendo tu dolor, y sólo puedo añadir que cada vez que vuelvo a juntarme con mis amigos para andar en bici, lo hago con la misma ilusión de aquel niño —hace 50 años— que descubrió que los Reyes le habían dejado una Orbea de mayor.
Alberti terminaba así La Balada de la Bicicleta con Alas, que escribió en el exilio:
Yo sé que tiene alas.
Que por las noches sueña
en alta voz la brisa
de plata de sus ruedas.
Yo sé que tiene alas.
Que canta cuando vuela
dormida, abriendo al sueño
una celeste senda.
Yo sé que tiene alas.
Que volando me lleva
por prados que no acaban
y mares que no empiezan.
Yo sé que tiene alas.
Que el día que ella quiera,
los cielos de la ida
ya nunca tendrán vuelta.
Un poema precioso que, por supuesto, desconocía.
Conozco muy bien la alegría de salir en bici, ahí tengo a Javier, y aunque pasaba miedo, nunca le dije a mi hermano que no lo hiciera. De hecho cuando empezó a salir en algunas carreras, era yo la que le llevaba. A veces he pensado que debería haberle pedido que lo dejara, pero son cosas que se piensan después y nunca antes.
Gracias, Juanjo.
Juanjo, un poema precioso. No voy a ser original, tengo que añadir el mágnifico «Elegía a Ramón Sijé» de Miguel Hernández. Cantado o sin cantar.
La muerte, siempre ahí. Desde que nacemos. Tan difícil de aprehender. Algunos la quieren, la buscan, otros la temen, otros la desean pero sin atreverse. Algunos jamás piensan en ella, otros les sobreviene… Afrontarla, o no.
Yo también soy de las que ando muchos «cienes» de kilómetros en bici. A veces intuyo peligro, pero pocas veces. Tampoco podría nadie decirme que no andara….
No temo a la muerte. Inconsciencia, imposibilidad. Tendrá que ver que nunca he sentido la vida como un regalo, sino como un deber envenenado. Precioso sí, pero costoso. Por tanto, cuando, sientes que has luchado, reído, disfrutado, fracasado, amado y odiado, enfermado, sanado lo sufiente…¿por qué no irse? Queda solo la cuestión del niño. A qué edad puedes decirle…escucha…. me voy.
un abrazo
La muerte es un tema que cada uno de nosotros afronta de una manera distinta, tanto la de los demás como la propia. Supongo que hacemos lo que podemos.
Un abrazo, Leire.