Veo los tamarindos del paseo de La Concha, secos, retorcidos, inclinados por el viento, y pienso que ellos estaban ahí cuando mi padre era joven y que seguirán estando cuando yo ya no esté. Y a pesar de que todos nos sabemos mortales, no deja de parecernos extraño que las cosas permanezcan y las personas estemos de paso, o por lo menos a mí me lo parece. Quizás sea cosa de un ego desmedido, quién sabe.  Trapiello se plantea en esta cita que la literatura y la lengua ya estaban antes de llegar los poetas y seguirán ahí después de él y después de tantas generaciones. No me extraña que las religiones prometan vida eterna o reencarnaciones.

«Los poetas, cuando empiezan a escribir, llegan a una lengua y a una literatura que ya estaban hechas y que seguirán sin ellos, aunque seguramente no de la misma manera, cuando hayan muerto. En qué medida cambia cada poeta una y otra, a dónde está destinada a llegar su obra, es algo que no le ha sido dado conocer a ninguno de ellos, mientras vive, pues en estas materias todo resulta demasiado mudable y extraño. Pero sí puede declarar de dónde viene, ese pequeño grupo de maestros, fieles y familiares, a los que, en cierto modo, destina cada una de las líneas que escribe. No desmerecer demasiado de su ejemplo y proseguir una tarea perpetua e inacabada, es el objeto de juntar ahora este centón de hojas, en las que su autor buscó dejar constancia de sentimientos demasiado duraderos para momentos demasiado fugaces.»

Andrés Trapiello: Poemas escogidos