Uno de los principios que rigen el lenguaje es el de la economía. Si podemos decir algo con tres palabras ¿por qué decirlo con cuatro? Si en una metáfora podemos representar una imagen que transmita lo que queremos decir, para qué formar frases y frases. Esa es la razón por la que muchos de los elementos del ordenador tienen nombres que proceden de una época en la que este aliado sin el que ahora no podríamos vivir, no existía.
De ahí que el espacio virtual de la pantalla del ordenador reciba el nombre de escritorio. En ese espacio de trabajo, es decir, en nuestro escritorio, tenemos documentos que pueden estar guardados en carpetas o archivos. Podemos también abrir un bloc de notas y en él escribir, subrayar, borrar o tirar a la papelera lo que ya no nos sirve. Todas esas palabras comparten significado con un documento en papel, una papelera que almacena lo que se desecha y un archivo que guarda un contenido que es importante.
Internet, por su parte, es una especie de mar por el que navegamos, un espacio tridimensional en el que podemos encontrar mucho tráfico o poco. Nuestro ordenador tiene puertos que nos permiten acceder a ese mar y también puede ocurrir que un pirata asalte nuestros contenidos.
Una vez en esa metáfora espacial abrimos y cerramos ventanas por las que accedemos a nuevos mundos, importamos o exportamos archivos y examinamos nuestra actividad a través de un panel de control.
Dar a las cosas nuevas un nombre que nos es conocido ayuda a que nos familiaricemos con ellas y no tengamos que aprender nuevos nombres para nuevas funciones, que bastante tenemos con el hardware, el software, el word, el power point o la interface.
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