A estas alturas todos tenemos claro que el lenguaje es un código y que es arbitrario. El signo lingüístico, la palabra, no está conectado de ninguna forma con el objeto al que representa, excepto en las onomatopeyas. O eso es lo que solemos pensar.
El léxico referido a los animales y a los sonidos que emiten son los primeros ejemplos que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en onomatopeyas. Pero si estas palabras reproducen fielmente el objeto al que aluden ¿no deberían ser iguales independientemente del idioma? Porque resulta que las gallinas españolas dicen kikiriki, pero las alemanas dicen kikeriku, las holandesas keluku, las inglesas kukadudeldu, y las portuguesas kokoriko. ¿Cómo es posible que las gallinas cacareen diferente según los países en los que nacen? Me temo que la cuestión va a estar en qué creemos los españoles que escuchamos cuando oímos a una gallina cacarear, frente a cómo lo escuchan los portugueses, holandeses o alemanes.
Pero no es este el único tipo de onomatopeyas. Están también aquellas que se utilizan para que los niños comprendan más fácil un significado, como por ejemplo, llamarle guauguau al perro o chuchu al tren. Y no es solo cosa de niños pues los adultos utilizamos también palabras como runrún, tictac o pum, tres ejemplos que están recogidos en el diccionario de la lengua.
Las onomatopeyas, menos marginales de lo que podíamos pensar en un principio, llegan a adquirir significado adicional, como por ejemplo, gallear para referirse a una persona que pretende sobresalir, o retintín, que si en origen significaba ‘sonido que deja la campana’, hoy ha pasado describir el tonillo o modo de hablar utilizado para zaherir a alguien.
Y aún existe otro grupo de palabras como ulular, susurrar, ronronear, chasquear o zumbar que no son propiamente onomatopeyas pero que sin duda están imitando el sonido producido en una determinada acción. Lo dicho, que dan mucho de sí las onomatopeyas.
Comentarios
Me ha venido a la cabeza otra palabra «marmarrear»; seguro que habrá quien la utice tanto como yo.La riqueza del lenguaje…
Cierto, Maite, «marmarrear» es una palabra preciosa. Esa me ha traido «murmurar» y también «bla, bla, bla».