Una pregunta fundamental en la enseñanza de una segunda lengua es ¿por qué, a partir de una edad, no podemos reproducir un sonido de una lengua que no sea la materna sin acento? La respuesta está en la forma en que nuestro cerebro aprende a diferenciar unos sonidos de otros. Para saber que una cosa es /p/ y otra /b/ el cerebro debe colocar ambos sonidos en espacios separados, donde no interfieran unos con otros.
Para hacernos una idea, imaginemos que el cerebro crea una cajita para cada sonido. Según el niño va escuchando y diferenciando los sonidos de un idioma, va rellenando las cajas. Cada sonido tiene su propia caja. Tendríamos entonces un cerebro con un conjunto de cajas alineadas de las que tomamos los sonidos que necesitamos cuando queremos formar una palabra.
Y, ¿qué pasa si queremos aprender un segundo idioma cuando somos mayores? Pues pasa que esa lengua tiene algunos sonidos que no coinciden con ninguno de los que tenemos archivados. ¿Una /a/ cerrada?, ¿una /i/ larga? ¿qué es eso? y, lo que es más importante, ¿cómo se hace? Nuestro cerebro no tiene otro remedio que buscar entre sus cajas y seleccionar el sonido que está más cerca, el que más se le parece, puesto que ya no tiene espacio ni recursos para generar una nueva caja. Por eso no podemos reproducir un sonido que no hemos aprendido de pequeños, se nos ha acabado el sitio, por así decirlo, nuestro cerebro ya no tiene la plasticidad necesaria y no nos queda otra que apechugar con lo que tenemos.
En resumen, no podemos ser nativos para un segundo idioma, a no ser que lo aprendamos de pequeños.
Comentarios