En este blog hablo de lenguaje, de palabras, de significados… pero no hablo del silencio. Y, sin embargo, no existiría el lenguaje si no existiera el silencio. El silencio tiene múltiples significados, a veces callamos porque no queremos responder, otras porque estamos enfadados y negamos la palabra, también puede ser que se calle por respeto… El silencio está lleno de matices sutiles, de expresiones no verbales. Si algo no se dice no existe, si no se confiesa todavía es posible que no lo hayamos hecho. Podemos callar por culpa y también por vergüenza. Decimos que el silencio era atronador o que alguien rompió su silencio, utilizando metáforas vehementes.

En El eco de los disparos, ensayo que analiza la cultura de la violencia en Euskadi, Edurne Portela dedica todo un capítulo al silencio. Se refiere al silencio que ha imperado en el País Vasco durante tanto tiempo. Yo aprendí de mis padres que era conveniente callar, no había que hablar de Franco, lo mejor era guardar silencio. Y luego crecí, llegaron los años de plomo y se instaló el silencio de nuevo, toda una sociedad enmudeció como por arte de magia.

El silencio era una censura propia en la mayoría de las ocasiones y estaba motivada por el miedo, miedo al aislamiento social, a la soledad y, en última instancia, a la violencia. A veces el silencio es cómplice y otras se lo impone uno mismo para seguir viviendo en sociedad. Quizás por eso Ocho apellidos vascos fue una catarsis en Euskadi, porque decía cosas que durante mucho tiempo se habían callado. Quizás también por eso Patria, de Fernando Aramburu, ha sido un éxito, porque habla no solo de lo que no se podía hablar, sino también del silencio.

«La poesía es un arma cargada de futuro» decía Celaya, ojalá lo sean también las palabras, un arma cargada de futuro.