«También el abuelo desveló una palabra formidable, vinculada a un terrible misterio. Todos creen que en el idioma ruso no hay más que una palabra con tres letras «e» juntas: dlinnosheee, que significa de cuello largo. Sin embargo, el abuelo sabía otra. No obstante, advertía de que no se le podía decir a nadie. Antón se lo figuró enseguida: quien la oye, muere. Y aunque el abuelo no excluía tal posibilidad, la cuestión era otra: el abuelo había calculado cuánto tiempo pasaría hasta que cualquier ciudadano de Rusia, no solo él, supiera la segunda palabra. Él ni siquiera pensaba vivir hasta ese momento pero suponía que Antón sí lo haría, lo constataría y exclamaría: «¡El viejo tenía razón!». A este proceso de asimilación común el abuelo le asignaba unas cuatro décadas. Abuelo, diste en el clavo: pasados cuarenta y dos años, leí en el rotativo de magisterio que a la susodicha pregunta los alumnos de cuarto de primaria contestaron a coro: «¡Zme-e-ed!».»

Aleksandr Chudakov: El Abuelo